martes, 7 de octubre de 2008

Dina Páucar: La Lucha por un Sueño




La miniserie sobre la vida de Dina Páucar sorprendió a muchos por su enorme acogida, alcanzando picos de cuarenta puntos de rating, desplazando al hasta ese entonces invencible programa de Magaly Medina. Pero lo cierto es que no se trata de un fenómeno aleatorio o casual. A propósito del estreno de la continuación de la miniserie, vale la pena analizar el por qué de semejante éxito y los procesos sociales que están detrás.

A nuestro parecer, el éxito de la serie se debe a dos factores fundamentales. En primer lugar, tiene que ver con el personaje, Dina Páucar, un personaje emblemático y con mucho arraigo entre las clases populares. Es fácil imaginar que cualquier producto audiovisual sobre esta mujer será bien recibido por sus miles de fanáticos. La prueba está en que el día del estreno la serie alcanzó los treinta puntos de rating sin necesidad de demasiada publicidad.

Pero por otro lado, un personaje con esa historia de vida, independientemente de quién sea, es una historia muy “televisable”. Es una vida marcada por el drama, momentos duros, pero también por momentos buenos, éxitos y un final feliz. Probablemente, si la serie hubiera tenido otro nombre y viniera de México, sus realizadores no hubieran tenido ningún problema para vendérsela a algún canal local como una nueva telenovela.

Sin embargo, no basta haber dicho esto para explicar el éxito de esta producción. Si hemos mencionado la historia, es porque creemos que ese es el punto clave para empezar nuestro análisis. La vida de Dina Páucar se encuentra bien resumida por el título de la serie: “La lucha por un sueño”. Se trata de la historia de una muchacha provinciana que emigra a Lima en busca de mejores oportunidades. Una vez ahí debe buscar la forma de salir adelante probando con diferentes empleos y no dejándose vencer por las situaciones adversas, que en su caso son muchas. Pero al final, todo su esfuerzo se ve recompensado, pues su sueño de convertirse una cantante famosa se vuelve realidad. Un final de cuento de hadas con la ventaja de ser una historia real.


Dina está encarnando así la vida y los sueños de miles de jóvenes que, al igual que ella, llegaron a la capital en busca de las oportunidades que no les ofrecía su pueblo natal. Pero, además, y esto es tal vez lo más importante, Dina Páucar encarna la esperanza de que también para ellos pueda existir un final feliz. Podríamos decir, entonces, que Dina es el símbolo de de “el sueño provinciano”.

Hasta ahora hemos esbozado el por qué Dina Páucar es un fenómeno cultural tan importante. Pasemos ahora a analizar por qué la serie fue un canalizador tan exitoso de esa popularidad. No creemos que se trate simplemente de una consecuencia directa del éxito musical de Dina. Consideramos que, socialmente, hay otras cuestiones sobre las cuales discutir.

En primer lugar, tenemos la música. Hay una relación directa entre está identificación de los jóvenes migrantes que ya hemos mencionado, con la música que hace Dina. Wilfredo Hurtado, en su análisis de la música chicha dice que “como producto de la migración se originaron nuevas formas culturales como la música chicha y el nuevo huayno, que perfilaban los avatares de la asimilación a los desafíos de la gran ciudad”.[1] No estamos hablando aquí de una identificación por vivencias semejantes, sino a través de una nueva forma de expresar sentimientos comunes. Se trata de nuevas formas culturales y específicamente musicales, creadas a partir de este encuentro entre lo urbano y lo andino.

“Estas nuevas expresiones musicales convierten en una resultante el problema planteado frente a esa inadecuación entre aquello que quieren expresar y la cultura musical que encuentran los migrantes. Su solución es crear un género nuevo, a lo que han traído le incorporan lo citadino y producen algo nuevo.”[2]



Siguiendo a Hurtado, debemos indicar que la presencia de la música “chicha” y el “nuevo huayno” representan una forma que encuentran los migrantes de expresar su presencia en la urbe. Refleja, dice Hurtado, la cada vez mayor presencia de lo andino dentro de lo urbano y constituye un “renovado aporte en la formación de una identidad nacional y en la lucha por la democratización efectiva de nuetra sociedad.”[3]

El autor, además, cita a Carlos Degregori, quien considera que la difusión de estas nuevas expresiones musicales representan la construcción de una nación a partir de lo andino, pero siempre dentro de un contexto de desarrollo capitalista.[4] En esta confrontación, lo occidental es lo que parece primar, en gran medida, explica Hurtado, porque tiene a su favor a los medios de comunicación.

En resumen, lo que Wilfredo Hurtado está tratando de explicar es que estas nuevas expresiones culturales reflejan, por un lado, la cada vez más constante presencia de lo andino dentro de lo urbano, y, por otro lado, representa un medio por el cual los jóvenes migrantes pueden expresar sus vivencias, sus experiencias y los sentimientos producidos por este encuentro entre lo urbano y lo andino. Es por eso que los temas más recurrentes dentro de estos géneros musicales son precisamente los sentimientos de rechazo y frustración, marginación, la pobreza urbana, el desempleo, la nostalgia, el alcoholismo, etc.

Así, Dina Páucar, a través de su música, recoge las vicisitudes y sentimientos de miles de jóvenes que encuentran en la música tal vez el único medio para expresar sus interioridades. Estamos, entonces, ante un segundo nivel de identificación, junto a las experiencias vivenciales, la música.

Convertir estos dos niveles en un producto audiovisual constituía prácticamente un éxito asegurado. Aún más si consideramos que dicha conversión genera un tercer nivel de identificación. Se trata de la aparición de personajes, de actores, que suelen ser vistos siempre como modelos de vida. Dina Páucar, al aparecer en televisión, se convirtió nuevamente, pero de una manera distinta, en un ícono para las miles de personas que vieron la serie.


Carlos Monsiváis, en su análisis del cine mexicano, plantea argumentos interesantes que pueden servir para explicar este último punto sobre la serie. Él dice precisamente que el cine, a través de sus actores “distribuye modelos de vida o de sensualidad que se acatan en forma casi unánime, se reconozca esto o no”.[5] Lo que el autor está tratando de explicar es que el cine vende modelos, que pueden ser asumidos o con los que uno se puede identificar. A esto se debe en cierta medida el éxito del cine mexicano. EL público reconoce las vestimentas, los paisajes, los personajes arquetípicos y se siente de alguna manera identificado y representado.

Podríamos inferir que lo mismo ocurre con la miniserie que estamos analizando. Hemos ya mencionado como los provincianos migrantes se sienten identificados con la vida de Dina, pero debemos entender que esa identificación se produce a un nivel aún mayor al ver esas vivencias en televisión.


Vivimos en una época marcada por la supremacía de la imagen y de los medios de comunicación masiva. No es difícil deducir la importancia que puede tener para el imaginario colectivo encontrarse con una serie que refleje de principio a fin las experiencias de una joven provinciana que viene a lima en busca de oportunidades. Se trata de una necesidad de reconocimiento que se ve por fin satisfecha. El público en general, se reconoce en los paisajes, en los diálogos, en las vestimentas, en las situaciones mismas, en los mercados, los pueblos jóvenes, los conciertos “chicha”, etc. La miniserie, independientemente de a quién pertenezca la historia que se está representando, lo que está haciendo es recoger símbolos con los cuales el público en general cree un vínculo directo. Y esto se da gracias a que, tal vez porque se trata de una historia real, narra hechos que reflejan de manera exacta cómo es nuestra sociedad, sin ningún tipo de estandarización de acuerdo a cánones internacionales.

El autor explica que el cine latinoamericano recoge la representación que Hollywood deja de lado, pues recién en las películas latinas es que el público se identifica con la forma de hablar, de mirar, de moverse, y de tratar a los semejantes. Monsiváis afirma por eso que lo internacional se vislumbra, pero lo propio se mimetiza con el diálogo estrecho del producto cultural y el público. Éste es sin duda el tercer nivel de identificación entre Dina Páucar y el público, con la diferencia que, como ya lo hemos expresado, este último nivel se alcanza solamente una vez que la vida de esta cantante se convierte en producto audiovisual. Y se da, además, independientemente de Dina Páucar. Lo que importa a este nivel es que los sectores populares encuentran un producto que pareciera por fin reconocerles su existencia, su derecho a formar parte de la sociedad y por ende de las manifestaciones culturales de la misma. Es por eso que la serie alcanza tanto éxito, por recoger sectores tradicionalmente marginados. Es lo mismo que sucedió años atrás con novelas como “Los de arriba y los de abajo”, o posteriormente con las series del canal 2, que parecen ir más de acuerdo con nuestras realidades, como ya hemos mencionado, por los diálogos, vestimentas y ambientaciones.


En una línea similar a la planteada discurren los trabajos de Jesús Martín-Barbero y Romeo Grompone. El primero explica, al igual que Monsiváis, que el público ve en el cine la posibilidad de sentirse identificado y de ver reiterados códigos de costumbres. “El cine va a conectar con el hambre de las masas por hacerse visibles socialmente”.[6]

Otro punto importante con relación a este autor, está dado por lo referente a la música. Martín-barbero habla específicamente de la música negra brasileña, pero utiliza argumentos que pueden servir para nuestro caso. Lo que se da en Brasil es una forma de incorporar culturalmente lo popular, y esto, según el autor ocurre en dos momentos: la incorporación social y la legitimización cultural. Se trataba de encontrar una expresión musical con base popular que refleje la variedad de clases sociales presentes en el territorio. Se buscaba una síntesis entre lo mejor del folklore y lo mejor de la tradición popular.

Es algo similar a lo que ocurre con la música popular peruana, solo que aquí se da de manera natural. Poco a poco se va reconociendo el derecho a “existir” de clases y sectores tradicionalmente marginados. Esto se da no tanto por una estrategia política o nacionalista, sino por un proceso cultural natural. Los “nuevos limeños”, por ejemplo, se han abierto espacios en sectores económicos, o en expresiones culturales como la música. El nuevo huayno y la música chicha, como ya hemos visto, son expresiones de ese encuentro entre lo rural y lo andino y reconocer su valor musical y cultural es una forma de incorporar a esos sectores marginados. Lo que se da con productos como “Dina Páucar, la lucha por un sueño”, es precisamente la incorporación social de dichos sectores y la legitimización cultural de dichas expresiones musicales. Esto, como podemos ver, está en estrecha relación con ese tercer nivel de identificación con el público que mencionamos anteriormente.

Finalmente, Romeo Grompone explica cómo la aparición de nuevos personajes televisivos como la Chola Chabuca son una suerte de reivindicación e identificación con los actores andinos, y que más bien personajes como la Paisana Jacinta parecieran ser una contrapartida creada por grupos que “no pueden o no quieren desprenderse de sus reflejos conservadores” porque “el avance de los sectores andinos les suscita todavía un sentimiento de rechazo”.[7] Esto se refleja en el hecho que, según cuentan las realizadoras de la serie, ningún canal mostró interés inicialmente por el producto y costó mucho trabajo venderla. Como dijimos al comienzo, tal vez si no se llamara Dina Páucar y viniera de México, no hubiera sido tan difícil. Lo importante en todo caso es que, al igual que la Chola Chabuca y cualquier otro ejemplo que se nos pueda ocurrir, Dina Páucar, como personaje televisivo, se convierte también en un modelo de reivindicación del sector migrante, de la llamada clase “pujante”, de aquellos ciudadanos que abandonaron su pueblo natal en busca de las oportunidades que éste no les ofrecía, y que han sido tradicionalmente mal vistos por los habitantes de las grandes ciudades.


Como hemos podido comprobar, el éxito de la miniserie sobre Dina Páucar no es simplemente una consecuencia directa del éxito musical de la cantante, aunque existe una estrecha relación, sino que responde a fenómenos más profundos. A través de este análisis hemos podido deducir que lo que encontramos es una identificación entre Dina y su público que se da a tres niveles. En primer lugar, tenemos la ya mencionada relación con su música, sus letras, que son un reflejo y un medio de expresión de muchos jóvenes que han vivido situaciones similares a ella. Está identificación con su vida representa precisamente el segundo nivel. El público reconoce en ella al símbolo de sus sueños y esperanzas de triunfo en una ciudad extraña y casi ajena para ellos. Finalmente, tenemos una identificación que podríamos llamar mediática. Dina aparece aquí como personaje televisivo y se convierte así no sólo en modelo o ícono, sino, una vez más, en una suerte de reivindicación de los sectores tradicionalmente marginados.


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[1] Hurtado Suárez, Alfredo (1997). La música y los jóvenes de hoy: los hijos de la chicha. Obtenido el 16 de noviembre de 2006 en http://www.cholonautas.edu.pe/

[2] Obra citada. P. 4


[3] Obra citada. P. 6


[4] Citado en Hurtado 1997, p. 8


[5] Monsiváis, Carlos (2000). Aires de Familia. Cultura y Sociedad en América Latina. Barcelona: Anagrama. Capítulo: South of the border, down Mexico’s way. El cine latinoamericano y Hollywood. P. 55


[6] Martín-Barbero, Jesús (1998) De los Medios a las Mediaciones. Santafé de Bogotá: Convenio Andrés Bello. Tercera Parte: Modernidad y massmediación en América Latina. Capítulo 1, Acápite 4: Los medios masivos en la formación de culturas nacionales. P. 227


[7] Grompone, Romeo (1999) Las Nuevas Reglas de Juego: Transformaciones sociales, culturales y políticas en Lima. Lima: IEP. P. 129

1 comentario:

Thomas401 dijo...

La serie tenía una gran historia que contar, pero la producción fue muy descuidada (almanaques de 2004, cabinas de internet y puestos de DVDs... ¿¿en Lima de los años 80??)